miércoles, 9 de abril de 2025

Nosferatu O Del Mito Vampírico

Edgar López Narváez (zs23001922)

Y Dios dijo: “Hágase la luz, y la luz se hizo” (Génesis 1:1). 

El primer artista documentado en la historia fue Dios (Jehová, Yahvé, Adonaí, Alá). Creó los cielos, la tierra, el mar, la flora y fauna de este planeta. Luego creó al hombre, y con ello, llegó el arte humano, desde las pinturas rupestres, hasta las magníficas esculturas griegas. Con forme pasaba el tiempo, el hombre iba evolucionando cada vez más y más, y con esto, sus conocimientos y recursos.

Dentro del continente europeo, en la Alemania del siglo XX surgió un nuevo movimiento artístico: El Expresionismo; un movimiento que defendió un arte basado en las emociones y la experiencia humana contra el racionalismo del impresionismo y el realismo, procurando representar el mundo subjetivo del artista de manera intensa e inquietante.

Nosferatu (1922), dirigida por FW Murnau, es sin duda una de las obras más representativas de este movimiento. Inspirada ligeramente en la novela Drácula de Bram Stoker (1897), la película no solo fue pionera en el cine de terror, sino que también definió los rasgos visuales y simbólicos del mito del vampiro. Desde entonces, esta figura ha evolucionado, pero siempre vuelve, como las sombras al anochecer, para reflejar los miedos más profundos del ser humano.

El expresionismo surgió en Alemania en los años 1910-1920, influenciado por el arte, el teatro y la literatura. En el cine, se manifiesta con escenografías artificiales, ángulos torcidos, luces dramáticas y sombras alargadas, todo con el objetivo de representar la psique alterada de los personajes. No busca el realismo, sino la emoción pura.

El contexto histórico no es menor: Alemania acababa de perder la guerra, vivía una inflación galopante y una fuerte inestabilidad social. En este clima de pesimismo, el expresionismo fue una forma de exteriorizar la angustia colectiva.

La historia de Nosferatu es conocida: el conde Orlok viaja desde los Cárpatos a la ciudad de Wisborg trayendo consigo una plaga. Pero más allá del argumento, la película es una obra maestra por su atmósfera y simbolismo.

Murnau construye al monstruo con mínimos recursos, pero con una fuerza visual impresionante: Orlok no necesita palabras, su sola figura alargada, sus uñas, su mirada, su silueta proyectada en la pared, son suficientes para provocar inquietud.

Visualmente, destacan las ubicaciones reales combinadas con la manipulación de la luz natural. Aunque no utilizamos escenarios distorsionados como en Caligari , Murnau logró una estética expresionista con juegos de sombras, encuadres desequilibrados y un montaje rítmico que refuerza la sensación de amenaza constante.

La viuda de Bram Stoker demandó a Murnau por haber adaptado la novela sin derechos. Para evitar el plagio directo, cambiaron nombres: Drácula se volvió Orlok, Jonathan Harker pasó a llamarse Hutter, y Londres fue reemplazado por Wisborg.

Sin embargo, la estructura narrativa es muy similar. A pesar del intento de evadir la demanda, la corte ordenó destruir todas las copias de la película. Por suerte, algunos sobrevivieron y gracias a eso hoy podemos disfrutarla como un hito del cine mundial.

Nosferatu desarrolló la figura del vampiro como portador de enfermedad, de muerte y de lo siniestro. En los años siguientes, el vampiro fue ganando otras capas: el erotismo (con Bela Lugosi en 1931), la elegancia aristocrática (Christopher Lee en los 60), la angustia existencial (Entrevista con el vampiro, 1994), o incluso lo juvenil ( Crepúsculo , 2008).

El vampiro desde Nosferatu hasta hoy, ha sufrido múltiples transformaciones. Ha pasado de ser una figura repulsiva, terrorífica y espantosa, a convertirse en un ser melancólico, erótico e incluso heroico. Pero en todas sus formas, el vampiro representa lo otro, lo que tememos ya la vez deseamos: la inmortalidad, la transgresión, el deseo prohibido. En Nosferatu, el vampiro no es solo un monstruo, es una plaga, una sombra que se cuela por las rendijas de la normalidad, anunciando que el mal puede vivir al lado de lo cotidiano sin ser visto, miedo al otro, al extranjero, a la peste, al poder desmedido, o simplemente a la muerte, es una figura que se adapta a los temores de cada época, y por eso nunca muere.



Ver Nosferatu hoy es como abrir una puerta a los orígenes del terror cinematográfico. Es una película que no solo envejece bien a pesar de ser un cine distinto al de hoy, sino que sigue inspirando a directores, artistas visuales y narradores.

La figura del vampiro sigue tan vigente como siempre, porque su poder simbólico toca fibras profundas: el miedo al deseo, a lo desconocido, a la pérdida del control. Murnau, con su Nosferatu, no solo dio forma al monstruo, sino tambien lo hizo eterno.

En conclusión, Nosferatu no solo es un hito en la historia del cine, sino una manifestación de cómo el arte puede dar forma a nuestros miedos más profundos. Su estética, su simbolismo y su narrativa son testimonio del poder expresionista para conmover, inquietar y permanecer. Como dijo el poeta Novalis: “El arte es el reflejo de nuestra alma”. Y en el caso de Nosferatu, es el reflejo de nuestra parte más sombría, aquella que no se ve bajo la luz, pero que siempre está presente, como una sombra que nos sigue… silenciosa… inevitable. Su legado no está solo en el cine de terror, sino en la idea misma de que el cine puede ser un reflejo del alma humana, de sus miedos, sus sombras... y su semilla de sangre.



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